El municipio de Boada, emplazado en el corazón de la provincia salmantina, se encuentra a 54 km de la capital, en la comarca de Campo de Yeltes. Su topónimo deriva del latín bos-bovis, que significa “buey”, pero también la medida de tierra que ara un buey en un año. No obstante, otras opciones establecen que el término proviene de aqua bobata, agua estancada o que fluye con lentitud, en relación a las numerosas charcas que existen en su territorio.
Rodeado por los extensos espacios adehesados propios del Campo Charro, cuenta con una población de casi 300 habitantes, que dedican su tiempo a labrar los cercanos pero escasos campos de cultivo de cereales. Sus suelos, ácidos y de escasa profundidad, dedicados principalmente al forraje, han permitido que la ganadería, principalmente bovina, porcina y ovina, sea el primer motor de sustento de la zona, configurando así todo el territorio.
En cuanto a su historia, al igual que la mayoría del territorio salmantino, fue ocupada primero por los vetones y después por los romanos, recuerdo de ello es una estela de arenisca roja, arqueada en lo alto, con una estrella de doce puntas dentro de un círculo, que apareció en la Dehesa de Porciones. No obstante, su fundación como tal se remonta a la Edad Media, obedeciendo a las repoblaciones efectuadas por los reyes leoneses. La localidad quedó encuadrada en el Campo de Yeltes de la Diócesis de Ciudad Rodrigo desde la creación de la misma en el siglo XII por parte de Fernando II de León. Con la creación de las actuales provincias en 1833, Boada quedó integrada en la provincia de Salamanca, dentro de la Región Leonesa.
El pueblo adquirió bastante notoriedad en 1905, tras salir a la luz que las autoridades de la localidad habían planteado al presidente de Argentina trasladar la totalidad del pueblo a dicho país, debido a la privatización de los bienes comunales del pueblo, para tapar los tremendos agujeros económicos que originaron las guerras coloniales. Esta dejó sin tierras que labrar a la mayoría de sus vecinos, desatándose cierta crisis de hambre en la localidad.
La iniciativa de los vecinos fue considerada por las más insignes plumas como de antipatriotismo, hecho que incluso acaparó la atención de Unamuno, quien además de no lograr solucionar el problema, dejó en entredicho las buenas intenciones de los habitantes de Boada. Finalmente, el Gobierno optó por entregar de nuevo las tierras al común, proceso que se produjo de forma paulatina y que no evitó que al menos un joven por familia emigrara a través del Atlántico.