En Villanueva de la Sierra las fiestas patronales se celebran el segundo fin de semana de agosto, en honor a San Salvador. Durante estas jornadas, se realizan verbenas nocturnas, degustaciones gastronómicas, actividades deportivas, juegos tradicionales, y por supuesto, misas y procesiones dedicadas al Santo, acompañadas por el son de las gaitas gallegas.
No obstante, el principal protagonista de estos días es el reencuentro, ya que es un buen momento para que muchos de los convecinos de la localidad, que han emigrado a otros lugares, vuelvan para participar de las celebraciones y, a su vez, renueven viejos lazos con sus parientes y amigos.
Otra de las fiestas que reúnen a todos los vecinos es la del 1 de noviembre, el Magosto. Esta, de origen celta, celebraba el año nuevo y la recogida de las cosechas, dando la posibilidad a difuntos y brujas de hacer una visita a los mortales, siendo recibidos con bailes, música y grandes hogueras. Con el paso del cristianismo se convirtió en el Día de Todos los Santos, que hoy celebramos.
En cuanto a sus tradiciones, Villanueva de la Sierra sigue manteniendo vivas algunas de ellas, como la matanza del cerdo, a partir del mes de noviembre. Esta era uno de los grandes acontecimientos en las tierras de Castilla y León, ya que reunía a toda la familia y solía durar dos o tres días. Durante esos días todos los familiares ayudaban en las labores y comían productos de la matanza. Estas labores consistían en matar al cerdo, desangrarlo, chamuscarlo, abrirlo en canal y destazarlo para, posteriormente, hacer adobos, chorizos, morcillas, jamones, paletillas, lomos etc.
Tampoco hay que olvidar otras manifestaciones del patrimonio inmaterial de la zona, como son las distintas tradiciones orales, ligadas a su patrimonio natural, como los cuentos, canciones, refranes y leyendas que narran la eterna lucha de los vecinos contra los lobos; o las historias de contrabando. Y es que, en tiempos remotos, los lugareños más arriesgados vieron en la proximidad con Portugal la solución para paliar las necesidades de los años de postguerra en los que escaseaba todo. De ahí que hayan dejado un reguero de historias y aventuras, donde se cuenta cómo, en noches de correrías, burlando a los guardias por los montes, los sanabreses volvían a sus casas cargados de café, tabaco, toallas, sábanas, harina, pan, legumbres… Siempre pendientes de no tropezar con sus vigilantes. El paso del tiempo, el aumento del nivel de vida en la comarca y el fin de las fronteras han transformado los caminos del contrabando en rutas de senderismo para disfrutar de la naturaleza. No obstante, aún se siguen contando estas historias, contribuyendo así a su mantenimiento.