Construido en el siglo XVII, se encuentra situado a la entrada del pueblo y presenta un edificio de amplias proporciones. De ladrillo cocido, el ocre de sus muros resalta en el intenso azul del cielo; la luz penetra por anchos ventanales de arcos apuntados que se abren con elegancia al claustro, solar rectangular que aún conserva una fuente y una cruz, señas de identidad franciscana.
En el piso superior de este se encontraban las celdas de los frailes, alineadas en torno a un pasillo y abiertas al exterior por amplios ventanales, la biblioteca y la sala de estudio, con libros de todos los saberes. Estancias que el Ayuntamiento, su nuevo dueño, está acondicionando con el fin de adaptarlas para futuros usos. En la planta baja del monasterio se encuentran el refectorio y la iglesia, construcción sencilla, sin apenas ornamentación, de moderadas dimensiones y capilla mayor abovedada.
Su interior es un espacio amplio y luminoso. Las figuras ornamentales de vírgenes, santos franciscanos, altar, retablo, etc. son piezas relativamente modernas, de factura modesta, sin ninguna pretensión ornamental exagerada. El coro, situado en la parte posterior del templo, constituye un conjunto singular. Debió tener un órgano de tubos por los restos de su emplazamiento que aún se pueden observar. Sus asientos carecen de decoración, sin figuras alegóricas, sin tallas artísticas y sin el lujo ornamental de los de otros templos. En un friso situado en la parte alta del coro se observan cruces de un calvario y reliquias de san Rufino, san Aparicio, etc.
Cuando el visitante abandona, este templo su mirada se detiene en la grácil torre, rematada en espadaña piramidal, esforzándose por retener en su memoria una despedida singular e intuyendo el toque festivo de sus campanas, que llenan con sus sonidos la llanura en los días consagrados a la Virgen. Y es que, aparte de ser un convento franciscano, en él se encuentra el Santuario de La Purísima, cuya imagen se halla en el retablo barroco del altar mayor.
La llegada de esta imagen al convento data aproximadamente del año 1650 y está envuelta en una curiosa leyenda. Los pobladores más antiguos cuentan que estaba destinada a la iglesia de San Salvador y que, al llegar al pueblo, el Conde de Grajal quedó prendado de su belleza y pidió que se destinase al oratorio de su palacio. El padre guardián aceptó el pedido del Conde y ordenó que se la llevaran. Pero cuando se quiso hacer andar a las mulas del carruaje en el que iba, estas simplemente no se movieron, a pesar de que la gente se unió para empujarlas. Se cree que fue tallada en el primer tercio del siglo XVII, en Valladolid y, por sus rasgos y ornamentación, se ha atribuido a Gregorio Fernández. Es de una belleza exquisita y está confeccionada en una sola pieza de madera. Desde aquella fecha, la imagen de la Purísima se saca en procesión cada cincuenta años, aunque se haya sacado también en ocasiones excepcionales, como épocas de prolongada sequía.