El trazado urbano del pueblo se extiende paralelo al curso del río Valderaduey, que lo delimita por el lado noroeste, adoptando una disposición alargada en torno a un eje central formado por Calle Real. Sus calles mantienen la fuerza del ayer, entremezclada con la contemporaneidad de modernas construcciones que imprimen un carácter vivo a la localidad.
Conviene comenzar el recorrido por la Plaza de la Inmaculada, un espacio, presidido por el busto de Diego de Ordás, que permite contemplar un buen repertorio de casas tradicionales puramente castellanas, algunas aún con escudos señoriales en sus fachadas.
Esta arquitectura tradicional castroverdense se caracteriza por el uso del adobe, el tapial y el enfoscado de barro. La mayoría de las viviendas suelen ser de una o dos plantas, aunque las más modernas pueden llegar a tener hasta tres, destinando la última al sobrao, que servía de almacén. Los muros están protegidos de la humedad con zócalos de piedra y algunos, dependiendo del poder adquisitivo, pueden estar realizados en ladrillo, dejando aparte el adobe. El acceso desde la calle se realiza por medio de porches abiertos, con bancos corridos o poyos a uno o ambos lados de la puerta. Este da acceso a un recibidor desde el que se pasa a los dormitorios, a la cocina, a la despensa, a la escalera para subir al sobrao y al corral. Anexos a la vivienda, se construían los almacenes y cuadras, donde se guardaban los aperos y el ganado, respectivamente.
Destacan algunos edificios, como los frontones, los chozos, las bodegas y los palomares.
Las bodegas se encuentran debajo de algunas viviendas. Hasta hace poco tiempo, se encontraban en buen estado de conservación, siendo alguna utilizada como lugar de reunión para las comidas y cenas de los amigos en los días de fiesta. No obstante, la mayoría de las bodegas han desaparecido físicamente. De hecho, en algunos casos, han sido desmanteladas para darles otros usos o demolidas para la construcción de viviendas nuevas.
Aun así, destacan dos, situadas bajo la Posada de la Senda de los Frailes, que datan de los siglos XVII y XVIIII. La más antigua posee un lagar realizado en piedra de sillería con una gran bóveda de cañón. La nave principal, de setenta metros de longitud, se comunica con otra amplia sisa, que hace que esta bodega familiar sea probablemente la de mayores dimensiones de Tierra de Campos.
Unidos a estas construcciones, están los túneles, pasadizos y cilleros reales de Época Medieval que recorren la localidad. Estos atraviesan el plano del pueblo, en sus diferentes ramales conocidos, llegando hasta las cinco Iglesias que tenía Castroverde, por lo que se cree que eran túneles defensivos, que servían para que, una vez asaltadas las murallas, los vecinos pudieran escapar por debajo de la tierra hacia el castillo. Más adelante se utilizaron como cilleros, para el almacenamiento de cereal y vino en tiempos de guerra, de forma un tanto camuflada y vigilada, utilizando también algunos silos de culturas anteriores, de las que hay restos arqueológicos en cantidad dentro del municipio.
En algunos de los túneles hay tramos totalmente de piedra de sillería y en otros, tramos de piedra y trozos de terreno donde el material es mejor. No es un itinerario continuo ya que hay tramos más o menos largos que posteriormente se fueron cortando para servicio de las diferentes casas, aunque donde termina cada tramo largo de sillería, comienzan pasadizos para unir con el siguiente tramo de piedra. Algunos se continúan utilizando, para merenderos y bodegas o para conservar alimentos a modo de despensa.
En cuanto a los palomares, construcciones típicas de Tierra de Campos y Tierra del Pan, se pueden encontrar diseminados por las cercanías del pueblo, dando una peculiar estampa al paisaje. Generalmente, son construcciones cerradas en sí mismas, que no tienen más que una pequeña puerta de acceso y troneras superiores para el paso de las palomas, robustas y adaptadas al clima. Pueden ser de varios estilos: de planta circular o cuadrada, de forma cilíndrica o poligonal, con patio y sin patio, de doble tejado y sencillo, de adobe, tapial o ladrillo, con decoración o sin ella, etc. Si tienen tejado, este puede tener diferentes niveles, con lo que llegan a tener un aspecto un tanto exótico. Si tienen decoración, esta, en algunos casos minuciosa, nos muestra la imaginación de sus constructores, casi siempre albañiles populares, o incluso personas del pueblo que, a su modo, querían embellecer su palomar.
En el interior, una serie de muros concéntricos albergan los huecos para los nidales, a los que entran por los huecos de las cubiertas, que suelen ser de madera. Durante siglos, tener un palomar fue signo de las clases más pudientes, ya que estaba destinado a la cría de pichones, aves que han formado parte de los hábitos alimentarios del pasado y que todavía hoy constituyen un apetitoso manjar en algunos restaurantes. Hoy en día muchos de estos palomares han perdido su utilidad, por lo que su abandono amenaza con llevarlos a la ruina.