En Barjacoba los hombres tuvieron que luchar contra una naturaleza hostil y poco generosa. Uno de sus mayores enemigos fue el lobo, que devastaba sin piedad sus ganados. Es por ello, por lo que los lugareños diseñaron una ingeniosa trampa para dar caza a tales bestias, denominada O Curro dos Lobos.

Esta construcción consiste en un recinto de planta circular, levantado con piedras sin argamasa y rematado con grandes lastras salientes hacia el interior, con la finalidad de evitar que el lobo, una vez dentro, pudiera escapar. Se sitúa a media ladera de la montaña, de manera que una de las partes de la pared queda a nivel del terreno lo que genera un efecto visual engañoso para el depredador, que cae al recinto sin salida, atraído por un cebo vivo situado en el centro. Al descubrir la presencia del lobo en la trampa, se avisaba a toque de campana a todos los vecinos quienes acudían con toda clase de objetos ofensivos para torturarlo. Reducido el animal, era convenientemente abozalado y exhibido por los pueblos de los alrededores a modo de petición de recompensa por su captura.

Esta trampa era utilizada como un elemento de defensa contra el ataque del lobo no como un instrumento de exterminio del mismo. Se empleaba tiempo atrás, antes de la existencia del veneno y las armas de fuego, en tiempos en los que la lucha hombre-lobo era más o menos equilibrada. El Curro dos Lobos, en la actualidad, puede resultar una auténtica barbarie, pero es una construcción con un alto valor etnográfico, ya que está ligado a las creencias y costumbres de tiempos pasados.

Barjacoba, de gran tradición ganadera, sostuvo durante siglos una guerra sin cuartel contra el lobo: trampas, mastines mantenidos con grandes dificultades, vigilancia continua y cuentos en las cocinas para alertar del peligro a chicos y grandes. Hoy quedan pocos lobos y también poco ganado, pero construcciones como el Curro sirven para mantener el recuerdo de la vida tal como fue.

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