La localidad de San Ciprián se encuentra entre montañas y laderas que se tiñen de preciosos colores, según la época del año. En invierno, sus casas y tierras quedan sumergidas bajo el blanco manto de la nieve, mientras que, en otoño y primavera, sus campos resplandecen con los diferentes tonos de las hojas y las flores.
Al estar situado en una zona de alta montaña, rodeado por las sierras de la Gamoneda, del Marabón o de la Escusaña, no posee las condiciones climáticas regulares de la provincia zamorana. De hecho, San Ciprián tiene un clima propio de estas zonas, con inviernos muy fríos, con fuertes ventiscas de agua y nieve; y con un verano muy corto, pero de agradables temperaturas.
Sus alrededores esconden lugares mágicos, de una frescura y belleza que pocas veces se pueden ver. Uno de los enclaves más interesantes es el del castro, situado en las inmediaciones de la iglesia. Hacia el noroeste, en el paraje de La Cachena se halla la Pedra de las Ferraduras, afloramiento granítico cuajado de petroglifos, que da testimonio de los antiguos pueblos que aquí vivieron. No muy lejos de allí, en el Castillo de Rechouso, formación rocosa natural formada por berrocales, dicen que se esconde una mora encantada que solo sale en el amanecer. Más lejos, también en una zona baja, existe una tradición local aún viva que afirma que en La Cancelada se alzó un convento de Templarios. En algunos enclaves se hallan huellas de minas o de galerías, como por ejemplo la mina de Transil y la de la Veiga
Algunos de estos lugares, quedan bañados por las cristalinas aguas del río Tuela, el curso de agua más importante del municipio, junto con los ríos Gamoneda y Requeixada. Tranquilas y trasparentes discurren sus aguas a su paso por San Ciprián, tramo en el que conserva un generoso caudal. Este río, que nace en las Lagunas de La Ermita, invita a realizar numerosas actividades en su entorno.
En cuanto a la flora del municipio, el castaño es una de sus señas de identidad, aunque también cede espacios a otras especies, como el roble, el nogal, el abedul, la vegetación de ribera (alisos, sauces, fresnos...) o los pinos de repoblación. Los castaños han encontrado aquí un hábitat ideal, desarrollando amplios sotos con impresionantes ejemplares centenarios. Pero, además de toda esta variedad arbórea, son abundantes los manzanos y los membrillos; así como varias especies de matorrales, de setas y hongos, tanto comestibles como venenosos; o de líquenes y musgos, que visten de plateado y verde las ramas y cortezas de nuestros árboles y piedras.
Entre tanta vegetación no es extraño encontrar una fauna variadísima. De hecho, en los bosques del municipio aún podemos ver corzos, zorros, ardillas, jabalíes, erizos, comadrejas, tejones, nutrias, gatos y cabras monteses. No obstante, tres son los señores de estas tierras: la trucha, reina de los ríos; el ciervo, príncipe de los bosques y el soberano de la montaña sanabresa: el lobo ibérico, temido y admirado a la vez. Pero no solo destacan los mamíferos, también son importantes las aves, que nos observan desde lo alto, de entre las que destacan el halcón, el gavilán, el azor, el cernícalo, la abubilla, el cuco, la tórtola, la paloma torcaz, el pechiazul y, también, perdices, herrerillos, petirrojos, ruiseñores y mirlos.
Sus fuentes de las que brota un agua excelente, sus altas montañas, sus bosques y ríos, sus gentes amables y deseosas de recibir al forastero, su aroma a vida y su aire puro y esa sensación de libertad que emana de la naturaleza, nos invitan a disfrutar de este hermoso pueblo, el paraje adecuado para perderse y encontrarse con uno mismo.